Con la llegada de Adolf Hitler a la Cancillería Alemana en 1933, se
inició lo que el judío polaco Raphael Lemkin denominó "El genocidio".
Las perturbadas mentes del Furhere y sus más allegados decidieron crear
una serie de campos de concentración en donde poder encarcelar a los que
denominaban "enemigos del Estado". Los guetos, los campos de
concentración y los campos de exterminio, auténticas fábricas de muerte,
se extendieron por toda Alemania y los países ocupados. Los primeros
prisioneros que llegaron a ellos fueron militantes de partidos de
izquierdas, comunistas y socialistas y los intelectuales más destacados.
Pronto se sumaron testigos de Jehova, homosexuales, sacerdotes y todos
aquellos que eran detenidos en las operaciones denominadas "lucha
preventiva contra el crímen". Tras la anexión de Austria y la fatídica
noche denominada "de los cristales rotos" los judíos se convirtieron en
la etnia que fue objeto de un exterminio sistemático, siendo asesinados a
lo largo del tiempo 6.000.000 de ellos. Cuando los soldados aliados
avanzaban por el Este y Oeste de Europa hacia Berlín se encontraron en
su camino con los campos del horror al descubierto. el general
Eisenhower ordenó a los camarógrafos del ejército que "levantaran acta
de lo inverosímil", con el fin de que quedara constancia ante el mundo
de la extrema barbarie a la que habían podido llegar las enfermizas
mentes del Tercer Reich.